miércoles, 23 de noviembre de 2011

Sobre las cosas de poca importancia

             Muchas veces en la vida nos encontramos frustrados, tristes, taciturnos, o simplemente nerviosos por cosas que en el fondo no tienen importancia. Surge desde dentro de nosotros esa expresión tan hecha en nuestro idioma, que dice así: ¡Qué lástima!. No es para menos, ya que en nuestra sociedad el hombre tiende a construir unos objetivos ideales, que en la mayoría de los casos son absolutamente inalcanzables. Existe hoy en el mundo una ambición sin límites que tiene como consecuencia directa la frustración sin límites que experimenta todo aquel que no puede alcanzar esos objetivos, a todas luces imposibles porque ponemos nuestro listón demasiado alto.

            Este contexto sirvió para que León Felipe, uno de nuestros poetas más universales (y también, desgraciadamente, olvidados), escribiera este poema. Es la historia de una frustración, que se torna en resignación, y finalmente alivio al comprobar que, muchas veces, lloramos y sufrimos, por cosas de poca importancia, al igual que hacía el propio autor, un "español del éxodo y del llanto."

             

                           QUÉ LÁSTIMA

¡Qué lástima
que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!

¡Qué lástima
que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!

¡Qué lástima
que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza a otra raza, como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.

¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Debí nacer en la entraña
de la estepa castellana y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.

Después... ya no he vuelto a echar el ancla,
y ninguna de estas tierras me levanta ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada al mismo río que pasa
rodando las mismas aguas, al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.

¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa en que guardara, a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada (que me contaran
viejas historias domésticas como a Francis Jammes y a Ayala),
y el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla.

¡Qué lástima
que yo no tenga un abuelo que ganara una batalla, retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra en el puño de la espada! Y, ¡qué lástima
que yo no tenga siquiera una espada! Porque... ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,ni una tierra provinciana, ni una casa solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy un paria que apenas tiene una capa!

Sin embargo... en esta tierra de España y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa en la que estoy de posada y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.

Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla en una sala muy amplia, y muy blanca
que está en la parte más baja, y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara esta sala tan amplia y tan blanca...

Una luz muy clara que entra por una ventana que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja, y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa la gente a través de la ventana.

Cosas de poca importancia parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria, y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.

Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabrascon una enorme cayada, esa mujer agobiada
con una cargade leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.

¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana siempre, y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia tiene su cara en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola y la digo que es una niña muy guapa...
Ella entonces me llama ¡tonto!, y se marcha.

¡Pobre niña! Ya no pasa por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de muy mala gana, ni se para en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala, muy mala,y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.

Y en una tarde muy clara,por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,vi cómo se la llevaban en una caja muy blanca...
En una caja muy blanca que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana... Al cristal de esta ventana,
que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja tan blanca.

Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana...
¡Y la muerte también pasa!

¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas, porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana, ni una casa solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada, y soy un paria
que apenas tiene una capa... venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!



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